lunes, 2 de julio de 2012

Barbas



Las barbas son como las opiniones, cada uno tiene la suya, y es muy difícil definir distintos tipos de barbas. No obstante, sí hay estilos y formas que se pueden adaptar a nuestra barba a la hora de afeitar o recortar, y a nuestra cara.
Los tipos de rostro, según su forma son: cuadrado, ovalado y triangular o de diamante.
El tipo de rostro más común es el cuadrado, una frente ancha, pómulos pronunciados y una barbilla no demasiado alargada. A este tipo de rostros les suele quedar bien la perilla, ya que consigue un efecto de cara más alargada y estilizada.
Si tu rostro es ovalado, enhorabuena, tienes un rostro perfecto ya que es el tipo de rostro que mejor guarda las proporciones, tanto en pómulos como en barbilla. En ese caso las opciones de la perilla o la barba completa las puedes utilizar sin ningún problema.
En el caso del rostro triangular, al más puro estilo Lucky Luck, con frente ancha, pómulos anchos y con un mentón alargado y pronunciado, la mejor opción es llevar una barba completa. Pero eso sí, una barba arreglada, afeitándote la zona de las mejillas y el cuello, sin dejar que la barba crezca a su libre alberdrío.
Dependiendo del efecto que queramos dar, el corte en las mejillas le haremos recto o redondo. El corte recto, da un aire más agresivo y atractivo.
Si tienes la barba rala, poco abundante y de varios días, puedes atreverte perfectamente con un look bohemio, con un peinado más alborotado.
Si tu barba es abundante, lo ideal sería que la repasaras todos los días y no combinarla con pelo largo y alborotado. Para repasarla, la mejor opción será utilizar un gel de afeitar ya que al ser transparente podemos perfeccionar nuestra barba con mucha más facilidad.

HIstoria Osuna

La comunidad de osos abarca a los hombres gays de cuerpo fornido y con vello facial y corporal. Los osos exhiben una actitud masculina, rehuyendo generalmente del estereotipo de homosexual afeminado.
Hay mucho debate en la definición de lo que es un oso. Algunos piensan que simplemente con identificarse con los osos se es uno de ellos, otros argumentan que se debe tener alguna de las características físicas como un cuerpo grande, vello facial o corporal.
Los osos cuentan con sus propios lugares de ocio y se organizan numerosos eventos orientados a esta comunidad gay, en los que pueden entablar relaciones sociales con otras personas de esta misma cultura.
El fenómeno social de los osos surge casi a finales de los años ochenta, dentro de la comunidad gay de San Francisco (California, EE.UU.). Se trata de un movimiento alternativo nacido como respuesta al prototipo de belleza masculina imperante en la sociedad, ya que, muchas personas se identifican más con atributos como: la barba, el cuerpo velludo, la madurez, la corpulencia o la barriga, que con los cuerpos depilados y delgados. De esta manera, los osos han ido saliendo de sus poco a poco a la luz, creando una cultura gay diferente a la que imperaba.
La primera publicación que se dedicó a difundir el mundo de los osos fue Bear Magazine, a partir de un grupo de personas que se reunían en el Lone Star, un bar de moteros de San Francisco, algo que no se pensó que fuera a tener la aceptación que tuvo, y que se extendió rápidamente.
Con la aparición de este movimiento se valora los cuerpos velludos, gordos y masculinos, que gustaban a bastantes anteriormente pero que parecía tabú reconocerlo. Los osos y afines tienen ahora un referente cultural que les ha servido para crear lazos sociales y de afecto, para sentirse atractivos y deseados, y también para contribuir a romper el falso estereotipo que contempla a los gays como personas afeminadas o fascinadas por el efebo adolescente.

Clasificación Osuna

Oso (bear): hombre adulto peludo, con vello facial y corporal, cuerpo robusto, algo excedido de peso, de apariencia masculina.
Cachorro (cub): hombre joven, gordito y velludo, con apariencia de osito (un Oso en potencia). También se suele llamar de esa forma a quien le gustan las personas mayores. En general, un cachorro suele tener hasta 30 o 35 años.
Cazador (chaser): hombre que siente atracción por los Osos, pero que no tiene las características de un Oso, sino que es delgado y/o lampiño.
Gordito (chubby): hombre obeso, con poco vello corporal o lampiño. El término se refiere a quien tiene por lo menos 30 kilos de sobrepeso.
Oso musculoso (musclebear): hombre con las características básicas del Oso, pero con el cuerpo más marcado y definido por su entrenamiento en el gimnasio o por practicar deportes, por ejemplo rugby o lucha.
Oso polar (polar bear): Oso maduro con vello blanco o gris en la barba y el cuerpo.
Oso gris (grizzly bear): Se utiliza este término para describir a un hombre muy alto, pesado y muy peludo, con barba bien tupida y aspecto rústico.
Papá Oso (daddy bear): hombre grande y mayor. Se asocia a aquel que busca una relación con un hombre joven o Cachorro, adoptando una actitud protectora y gentil, similar al trato entre padre e hijo.
Oso de peluche (teddy bear): Oso bastante más gordo o pesado que el promedio. Es como un chubby, pero peludo. Generalmente usa barba.
Admirador (admirer): hombre, en general delgado, que disfruta de la compañía de hombres gordos o muy gordos, aunque su intención no sea tener sexo con ellos.
Nutria (otter): hombre velludo, delgado o pequeño.
Lobo (wolf): hombre velludo de complexión normal.

Amor Gay

Nunca antes me había fijado en la cantidad de parejas homosexuales que se ven paseando por Venecia. Los encuentras caminado por los puentes, a la orilla de los canales, cenando en los pequeños restaurantes del casco viejo. No suele tratarse de dúos espectaculares, sino todo lo contrario: gente discreta, tranquila, a menudo con aspecto educado. Mirando a los demás aprendes cantidad de cosas, y en el caso de estas parejas siempre me encanta sorprender sus gestos comedidos de confianza o afecto, el reparto convencional de roles que suele darse entre uno y otro, la ternura contenida que a menudo sientes flotar entre ellos, en su inmovilidad, en sus silencios.

Pensaba en todo eso el otro día, a bordo del vaporetto que cubre el trayecto de San Marcos al Lido. Sobre la laguna soplaba un viento helado, los pasajeros íbamos encogidos de frío, y en un banco de la embarcación había una pareja, hombre y hombre, cuarentones, tranquilos. Se sentaban muy juntos, apoyado discretamente un hombro en el del compañero, en un intento de darse calor. Iban quietos y callados, mirando el agua verdegris y el cielo color ceniza. Y en un momento determinado, cuando el barco hizo un movimiento y la luz y la gama de grises del paisaje se combinaron de pronto con extraordinaria belleza, los ví cambiar una sonrisa rápida, fugaz, parecida a un beso o una caricia.

Parecían felices. Dos tipos con suerte, pensé. Aunque sea dentro de lo que cabe. Porque viéndolos allí, en aquella tarde glacial, a bordo del vaporetto que los llevaba a través de la laguna de esa ciudad cosmopolita, tolerante y sabia, pensé cuántas horas amargas no estarían siendo vengadas en ese momento por aquella sonrisa. Largas adoslescencias dando vueltas por los parques o los cines para descubrir el sexo, mientras otros jóvenes se enamoraban, escribían poemas o bailaban abrazados en las fiestas del Instituto. Noches de echarse a la calle soñando con un príncipe azul de la misma edad, para volver de madrugada, hechos una mierda, llenos de asco y de soledad.

La imposibilidad de decirle a un hombre que tiene los ojos bonitos, o una hermosa voz, porque, en vez de dar las gracias o sonreír, lo más probable es que le parta a uno la cara. Y cuando apetece salir, conocer, hablar, enamorarse o lo que sea, en vez de un café o un bar, verse condenado de por vida a los locales de ambiente, las madrugadas entre cuerpos Danone empastillados, reinonas escandalosas y drag queens de vía estrecha. Salvo que alguno -muchos- lo tenga mal asumido y se autoconfine a la alternativa cutre de la sauna, la sala X, la revista de contactos y la sordidez del urinario público.

A veces pienso en lo afortunado, o lo sólido, o lo entero, que debe de ser un homosexual que consigue llegar a los cuarenta sin odiar desaforadamente a esta sociedad hipócrita, obsesionada por averiguar, juzgar y condenar con quién se mete, o no se mete, en la cama. Envidio la ecuanimidad, la sangre fría, de quien puede mantenerse sereno y seguir viviendo como si tal cosa, sin rencor, a lo suyo, en vez de echarse a la calle a volarle los huevos a la gente que por activa o por pasiva ha destrozado su vida, y sigue destrozando la de los chicos de catorce o quince años que a diario, todavía hoy, siguen teniéndolo igual que él lo tuvo: las mismas angustias, los mismos chistes de maricones en la tele, el mismo desprecio alrededor, la misma soledad y la misma amargura.

Envidio la lucidez y la calma de quienes, a pesar de todo, se mantienen fieles a sí mismos, sin estridencias pero también sin complejos, seres humanos por encima de todo. Gente que en tiempos como éstos, cuando todo el mundo, partidos, comunidades, grupos sociales, reivindica sus correspondientes deudas históricas, podría argumentar, con más derecho que muchos, la deuda impagada de tantos años de adolescencia perdidos, tantos golpes y vejaciones sufridas sin haber cometido jamás delito alguno, tanta rechifla y tanta afrenta grosera infligida por gentuza que, no ya en lo intelectual, sino en lo puramente humano, se encuentra a un nivel abyecto, muy por debajo del suyo. Pensaba en todo eso mientras el barquito cruzaba la laguna y la pareja se mantenía inmóvil, el uno contra el otro, hombro con hombro. Y antes de volver a lo mío y olvidarlos, me pregunté cuantos fantasmas atormentados, cuántas infelices almas errantes no habrían dado cualquier cosa, incluso la vida, por estar en su lugar. Por estar allí, en Venecia, dándose calor en aquella fría tarde de sus vidas.

—Arturo Pérez-Reverte